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lunes, 26 de agosto de 2013

¿Todavía crees en los duendes?

“Las ilusiones, pues, son ilusiones. Mejor perderlas y seguir con la realidad..” Andrea, 35 años.
 
 “Las  ilusiones se pierden con la madurez, cuando te das cuenta que los sueños, sólo son sueños.” José, 28 años.
 
“¿Quien podría vivir sin ilusiones? Rocío, 67 años.
 
 
Hace unos días en que platicaba con una persona sobre los deseos que en ocasiones tenemos de que algo suceda, surgió una frase: !uuuy, todavía crees en los duendes! y sonrió recordando un chiste que le habían contado sobre un joven  que  es  engañado  por  un supuesto duende. Cuántos de nosotros sabemos esos chistes de duendes y magos abusadores que son muy comunes en nuestro medio cultural y social en que siempre sucede, que quien pide los deseos sale perdiendo, con alguien “más inteligente”.
 
Y, por supuesto que a pesar de lo obvio de la historia del duende abusador, comencé a reflexionar sobre lo que sucede con esta parte de nosotros tan interna que se llega a dar por vencida cuando encuentra razones que se lo exigen.
 
Cuántas veces hemos escuchado, o hemos expresado comentarios como: “Tú todavía crees en los santos reyes, no manches”, o, ¿a poco todavía crees en santa Claus? 
 
Muchas  cosas  se  pueden  decir  de  este  tema,  todas  ellas  referidas  a  la  virtud que tenemos los seres humanos de la ilusión, virtud que, desde mi perspectiva, es instalada desde nuestra concepción y que no se pierde nunca. Quizá lo esencial del tema tiene que ver con la forma en que desde la infancia fuimos “educados” por nuestros padres.
 
¿Realmente  perdemos  nuestras  ilusiones? ¿Será  que  la  ilusión  la  establecemos  como  un  periodo  muy bonito únicamente de nuestra infancia? ¿Tiene esto que ver con hadas y duendes solamente?, o ¿estaremos equivocando el concepto de ilusión con el de “capricho” que se cumple si tienes capacidad económica? Si esto fuera cierto, entonces entendería que los niños que provienen de familias con escasos recursos no serían capaces nunca de tener ilusiones, pues las “ilusiones” tendrían que ver con la capacidad económica de los papás para cumplirlas. Pero la realidad, es que la virtud de las ilusiones, no depende de las cosas materiales y mucho menos del dinero.
 
Entonces, ¿de qué depende que seamos capaces de ilusionarnos o de perder esa virtud?
 
Depende directamente de nosotros y de la manera en que nuestros padres nos ayudaron a cultivar esa capacidad.
 
Y aquí es donde se complica más la cosa, pues la educación que recibimos en nuestra casa tiene que ver directamente con nuestras costumbres, tradiciones, educación de nuestros padres e incluso, la religión. Un día platicando con una sobrina que tenía 18 años, le preguntaba si ella aun creía en los Santos Reyes, y me dijo: “uuuh, no, y eso se lo debo a mis papás pues desde muy chiquita me dijeron que no existen los Santos Reyes, que eran los papás, y mejor me daban el dinero para que yo me comprara lo que yo quisiera”. El día de hoy comprendí que fue una pregunta complicada para ella, pues en la religión de sus papás, no existen los santos y por lo tanto no era posible creer en algo que prohíbe su religión. Mi  intención  de indagar si existía en ella la capacidad de la ilusión, fue incorrecta desde muchos puntos de vista.
 
Más aun, siendo la ilusión una virtud, entonces es necesario decir que sin importar las creencias o religiones que en cada familia tenemos, la base de nuestras vidas está dada por la relación de cómo fuimos educados en casa, de todos los  mensajes positivos y negativos que recibimos durante la infancia y adolescencia, así como la responsabilidad propia de “educarnos” a nosotros mismos en la madurez para alcanzar una plenitud personal y humana.
 
Entonces, ¿Qué sucede cuando alguno de nosotros pensamos que es de “tontos” tener ilusiones?
 
Te has preguntado, ¿Por qué personas aparentemente creativas, inteligentes y capaces, fracasan una y otra vez?, o ¿Por qué personas que están a punto de alcanzar un objetivo de repente se bloquean y se autodestruyen? ¿Por qué  personas  atractivas  y  sociables  se  ven  envueltas en relaciones destructivas o morbosas?, o ¿Por qué a menudo parecemos ser nuestros propios enemigos?
 
¡Fácil! No, no es cierto.. Quiero compartir contigo algo verdaderamente espeluznante que encontré sobre este tema y que deberíamos atender de inmediato para bien de nuestra vida y de quienes dependen directamente de nosotros.
 
Todos llevamos en nuestro interior a un Niño Saboteador que hace todo lo posible e imposible para no permitirnos desarrollar nuestras muchas capacidades, es astuto, inteligente, subversivo, brillante, persistente. Se aprovecha de nuestros momentos de tensión para lanzar ataques que minan nuestra confianza, nuestra integridad y compromiso con la vida. Se disfraza fácilmente para que pensemos que nos apoya pero en realidad es muy crítico e inflexible debilitando nuestra voluntad.
 
Este Niño saboteador, está alimentado por todos los mensajes negativos que llegamos a recibir de manera informal de nuestros padres desde la infancia y que son “heredados” de nuestros abuelos. “¡Los hombres no chillan!”, “No debes relacionarte estrechamente con nadie, (sé siempre mi bebé)”, “No me digas nada, yo lo arreglo”, “Cállate y obedece”, “Que no entiendes” y muchos, muchos más, incluso devastadores como “si yo hubiera sabido quien era tu padre en realidad, no me hubiera casado”, lo que provoca en los hijos un sentimiento de no haber sido deseados. (Aun cuando muchos de nosotros realmente no fuimos deseados, sino “producidos”).
 
¿Te imaginas? En lugar de crecer y responsabilizarnos de amarnos y educarnos a nosotros mismos, nos bloqueamos y frustramos, para “amar” excesivamente a los demás olvidándonos de nosotros mismos. Incluso, a tempranas edades y sin una preparación interior, conformamos una familia que en la mayoría de los casos produce dolor, culpa y relaciones decepcionantes.
 
Pero no todo es tan negro como parece, pues hay formas de aprender a aprovechar nuestras capacidades y saber centrar nuestra mente y nuestro corazón en la energía del amor, especialmente con ese Niño interior que todos tenemos y de la parte de nosotros mismos que nos atemoriza. Es cierto, no es fácil, pues requiere reconocer y aceptar los límites físicos, mentales y emocionales que definen y separan a las personas.
 
¿La clave?
 
No es ningún defecto creer en duendes, ni en santos, o en hadas, imaginariamente hablando.. El  defecto es siempre creerle a nuestra parte Saboteadora que estará al acecho mientras nosotros se lo permitamos.
 
 
(Artículo publicado el 12 de Agosto del 2013)

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