“Las ilusiones, pues, son ilusiones.
Mejor perderlas y seguir con la realidad..” Andrea, 35 años.
“Las
ilusiones se pierden con la madurez, cuando te das cuenta que los
sueños, sólo son sueños.” José, 28 años.
“¿Quien podría vivir sin ilusiones? Rocío, 67 años.
Hace unos días en que platicaba con una
persona sobre los deseos que en ocasiones tenemos de que algo suceda, surgió
una frase: “!uuuy, todavía crees en los duendes!” y sonrió recordando un
chiste que le habían contado sobre un joven
que es engañado
por un supuesto duende. Cuántos
de nosotros sabemos esos chistes de duendes y magos abusadores que son muy
comunes en nuestro medio cultural y social en que siempre sucede, que quien
pide los deseos sale perdiendo, con alguien “más inteligente”.
Y, por supuesto que a pesar de lo obvio de la
historia del duende abusador, comencé a reflexionar sobre lo que sucede con
esta parte de nosotros tan interna que se llega a dar por vencida cuando
encuentra razones que se lo exigen.
Cuántas veces hemos escuchado, o hemos
expresado comentarios como: “Tú todavía crees en los santos reyes, no
manches”, o, ¿a poco todavía crees en santa Claus?
Muchas
cosas se pueden
decir de este
tema, todas ellas
referidas a la
virtud que tenemos los seres humanos de la ilusión, virtud que,
desde mi perspectiva, es instalada desde nuestra concepción y que no se pierde
nunca. Quizá lo esencial del tema tiene que ver con la forma en que desde la
infancia fuimos “educados” por nuestros padres.
¿Realmente
perdemos nuestras ilusiones? ¿Será que
la ilusión la
establecemos como un
periodo muy bonito únicamente de
nuestra infancia? ¿Tiene esto que ver con hadas y duendes solamente?, o
¿estaremos equivocando el concepto de ilusión con el de “capricho” que se
cumple si tienes capacidad económica? Si esto fuera cierto, entonces entendería
que los niños que provienen de familias con escasos recursos no serían capaces
nunca de tener ilusiones, pues las “ilusiones” tendrían que ver con la
capacidad económica de los papás para cumplirlas. Pero la realidad, es que la
virtud de las ilusiones, no depende de las cosas materiales y mucho menos del
dinero.
Entonces, ¿de qué depende que seamos capaces
de ilusionarnos o de perder esa virtud?
Depende directamente de nosotros y de la
manera en que nuestros padres nos ayudaron a cultivar esa capacidad.
Y aquí es donde se complica más la cosa, pues
la educación que recibimos en nuestra casa tiene que ver directamente con
nuestras costumbres, tradiciones, educación de nuestros padres e incluso, la
religión. Un día platicando con una sobrina que tenía 18 años, le preguntaba si
ella aun creía en los Santos Reyes, y me dijo: “uuuh, no, y eso se lo debo a
mis papás pues desde muy chiquita me dijeron que no existen los Santos Reyes,
que eran los papás, y mejor me daban el dinero para que yo me comprara lo que
yo quisiera”. El día de hoy comprendí que fue una pregunta complicada para
ella, pues en la religión de sus papás, no existen los santos y por lo tanto no
era posible creer en algo que prohíbe su religión. Mi intención
de indagar si existía en ella la capacidad de la ilusión, fue incorrecta
desde muchos puntos de vista.
Más aun, siendo la ilusión una virtud,
entonces es necesario decir que sin importar las creencias o religiones que en
cada familia tenemos, la base de nuestras vidas está dada por la relación de
cómo fuimos educados en casa, de todos los
mensajes positivos y negativos que recibimos durante la infancia y
adolescencia, así como la responsabilidad propia de “educarnos” a nosotros
mismos en la madurez para alcanzar una plenitud personal y humana.
Entonces, ¿Qué sucede cuando alguno de
nosotros pensamos que es de “tontos” tener ilusiones?
Te has preguntado, ¿Por qué personas
aparentemente creativas, inteligentes y capaces, fracasan una y otra vez?, o
¿Por qué personas que están a punto de alcanzar un objetivo de repente se
bloquean y se autodestruyen? ¿Por qué
personas atractivas y
sociables se ven
envueltas en relaciones destructivas o morbosas?, o ¿Por qué a menudo
parecemos ser nuestros propios enemigos?
¡Fácil! No, no es cierto.. Quiero compartir
contigo algo verdaderamente espeluznante que encontré sobre este tema y que
deberíamos atender de inmediato para bien de nuestra vida y de quienes dependen
directamente de nosotros.
Todos llevamos en nuestro interior a un Niño
Saboteador que hace todo lo posible e imposible para no permitirnos
desarrollar nuestras muchas capacidades, es astuto, inteligente, subversivo,
brillante, persistente. Se aprovecha de nuestros momentos de tensión para
lanzar ataques que minan nuestra confianza, nuestra integridad y compromiso con
la vida. Se disfraza fácilmente para que pensemos que nos apoya pero en
realidad es muy crítico e inflexible debilitando nuestra voluntad.
Este Niño saboteador, está alimentado por
todos los mensajes negativos que llegamos a recibir de manera informal
de nuestros padres desde la infancia y que son “heredados” de nuestros abuelos.
“¡Los hombres no chillan!”, “No debes relacionarte estrechamente con nadie, (sé
siempre mi bebé)”, “No me digas nada, yo lo arreglo”, “Cállate y obedece”, “Que
no entiendes” y muchos, muchos más, incluso devastadores como “si yo hubiera
sabido quien era tu padre en realidad, no me hubiera casado”, lo que provoca en
los hijos un sentimiento de no haber sido deseados. (Aun cuando muchos
de nosotros realmente no fuimos deseados, sino “producidos”).
¿Te imaginas? En lugar de crecer y
responsabilizarnos de amarnos y educarnos a nosotros mismos, nos bloqueamos y
frustramos, para “amar” excesivamente a los demás olvidándonos de
nosotros mismos. Incluso, a tempranas edades y sin una preparación interior,
conformamos una familia que en la mayoría de los casos produce dolor, culpa y
relaciones decepcionantes.
Pero no todo es tan negro como parece, pues
hay formas de aprender a aprovechar nuestras capacidades y saber centrar
nuestra mente y nuestro corazón en la energía del amor, especialmente con ese
Niño interior que todos tenemos y de la parte de nosotros mismos que nos
atemoriza. Es cierto, no es fácil, pues requiere reconocer y aceptar los
límites físicos, mentales y emocionales que definen y separan a las personas.
¿La clave?
No es ningún defecto creer en duendes, ni en
santos, o en hadas, imaginariamente hablando.. El defecto es siempre creerle a nuestra parte
Saboteadora que estará al acecho mientras nosotros se lo permitamos.
(Artículo publicado el 12 de Agosto del 2013)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario