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lunes, 26 de agosto de 2013

¿Ganar o perder?

¿Alguna vez has tenido esa sensación de presión, de angustia, de desesperación por ser “un perdedor?”
  
¿Cuántas veces has tenido esa sensación de felicidad, de alegría, de poder,  por haber sido “el ganador?”
  
Nuestra formación, las familias, amigas y amigos, los medios de comunicación y toda una sociedad basada en un paradigma muy complejo: Ganar o Perder.
 
 
En días pasados, mientras estábamos compartiendo con unos amigos una velada en un bar, estaban dos amigos que tenían mucho tiempo de conocerse casi desde la niñez, y empezaron a discutir. La discusión era sobe algo banal, sin importancia, pero comenzaron a perderse el respeto, vinieron los insultos, empezaron a sacar cosas de un pasado muy lejano y poco faltó para llegar a los golpes. La relación se rompió. Perdieron los dos.
 
En nuestro medio social, es muy común escuchar que algunas relaciones de pareja se sostienen en su mayoría porque ella siempre cede. Por amenazas, por los golpes o por costumbre, llega el momento incluso en que pierde  sus  amistades,  se  aleja de su propia familia, se encierra en su casa ocupándose únicamente de su marido y sus hijos. Ella siempre pierde. El siempre gana.
 
Cuántas personas conocemos que caminan por la calle y si por alguna razón alguien más les dirige una mirada, inmediatamente lanzan una agresión,  o conduciendo un automóvil son capaces de agredir a cuanto automovilista tengan cerca por el simple hecho del libre tránsito, llegando hasta los golpes mientras dentro del auto su familia, sus hijos lloran por no saber lo que pasa.
 
Muchas  personas  hemos  considerado  en  algún momento, que la vida es una guerra en la que se tiene que luchar para sobrevivir. Es difícil entender que para sobrevivir se deba imponerse a los demás, que hay que humillarles, dominarles, hay que vencerlos. Incluso, no sólo vencerlos, hay que demostrar quién es el vencedor.
 
Pero, ganar o perder es muy sencillo. Lo difícil es no ganar ni perder.
   
¿Por qué ganar o perder es sencillo? Pues porque depende directamente de la capacidad que tengamos para presionar o ser presionado. Si posees una pistola y tu oponente un cuchillo, seguramente ganarás. Por el contrario, si tu oponente posee un cañón, seguramente estarás perdido.
 
Muchas organizaciones políticas, sindicales, empresas, medios de comunicación, personas, familias enteras, siguen esta doctrina: o gano yo, o no gana nadie.
 
Cuántas personas conocemos que son capaces de manipular personas, bloquear cualquier propuesta, idea, espacios laborales, lanzar injurias o amenazas, por el simple hecho de ganarse un puesto o una mejora salarial. Y lo peor viene cuando los resultados de estas acciones no derivan en ninguna mejora real para el grupo ni para el ambiente en que se vive o se trabaja, sólo la desintegración de los equipos de trabajo, la misma amistad que se tenía y la pérdida de una oportunidad, que bien pudo ser una oportunidad de mejora.
 
Podrás ganar o perder la batalla, pero eso no significa que tengas más o tengas menos razón.
 
¿Por qué lo difícil es no ganar ni perder? Pues porque fuimos educados en la competición, en la rivalidad, en el enfrentamiento.
 
No nos han educado para compartir, para cooperar, para juntos ayudarnos a resolver los retos diarios, a construir ideas, a aceptar la idea de alguien más, trabajarla, evaluarla y de ser necesario, cambiarla. No hemos sido formados para reconocer nuestras limitaciones y aceptar nuestros errores.
 
Incluso, un tema tan simple como este, nos es difícil de aceptar cuando lo único que poseemos en nuestra formación desde niños, y así lo transmitimos de generación en generación, es la competencia y a no “dejarnos de nadie”.
 
Pero es muy importante no perder de vista el contexto y evitar darle paso a las reacciones, pues de lo contrario se ocasionan los grandes conflictos. Una joven que le decía a su pareja, “¿vamos al cine?” y su pareja respondió, “no, mejor vemos el futbol”, después de un rato de discutir, empezaron a decirse cosas, empezaron los insultos, las agresiones y terminó todo con un conflicto mayor. Perdieron de vista que el contexto era “el cine o el fútbol”, y lo cambiaron por los aspectos personales. Perdieron la oportunidad de acordar que hoy irían al cine y la próxima vez, verían el fútbol o viceversa.
 
Nadie estamos exentos de muchos de estos conflictos por perder de vista el contexto de las situaciones y no poder transitar al escenario de los acuerdos y los compromisos. Debemos aprender que no es cuestión de ganar o perder, sino de compartir, cooperar y juntos resolver cualquier reto que se presenta a diario.
 
“Hoy por ti, mañana por mí”, no significa que hoy yo decidí perder, pensando en que mañana te voy a cobrar el favor. Significa mucho más que eso. Que una acción que hoy realizo de manera consciente de cooperar, de compartir, derivará en la oportunidad de que el día de mañana sea a mí a quien se le apoye, se le comparta.
 
También es cierto que hay ocasiones en que “ni el enfermo quiere, ni hay que darle”, y eso significa que no deberíamos vivir en el constante conflicto, en la constante violencia, por más que cooperemos, compartamos o nos esforcemos por que las cosas funcionen. Podemos dejar esa relación, podemos decidir por el bien de todos, sosteniendo el contexto, no los defectos de las personas.
  
¿Conoces el pasaje bíblico de la multiplicación de los panes y peces? Tal vez esto te suene a campaña religiosa, pero no lo es. Cuando compartes algo, cuando cooperas y ayudas con tu trabajo, tus recursos, tus capacidades, en la medida de tus posibilidades y de manera consciente, algo maravilloso sucede, siempre te alcanza y trae paz y armonía en tu vida. Alguien dirá bendiciones. Pero siempre se multiplican.
 
Parece fácil, ¿no crees?
 
 
(Artículo publicado el 8 de Julio de 2013)

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