¿Alguna vez has tenido esa sensación de
presión, de angustia, de desesperación por ser “un perdedor?”
¿Cuántas veces has tenido esa sensación de
felicidad, de alegría, de poder, por
haber sido “el ganador?”
Nuestra formación, las familias, amigas y
amigos, los medios de comunicación y toda una sociedad basada en un paradigma
muy complejo: Ganar o Perder.
En días pasados, mientras estábamos
compartiendo con unos amigos una velada en un bar, estaban dos amigos que
tenían mucho tiempo de conocerse casi desde la niñez, y empezaron a discutir.
La discusión era sobe algo banal, sin importancia, pero comenzaron a perderse
el respeto, vinieron los insultos, empezaron a sacar cosas de un pasado muy
lejano y poco faltó para llegar a los golpes. La relación se rompió. Perdieron
los dos.
En nuestro medio social, es muy común
escuchar que algunas relaciones de pareja se sostienen en su mayoría porque
ella siempre cede. Por amenazas, por los golpes o por costumbre, llega el
momento incluso en que pierde sus amistades,
se aleja de su propia familia, se
encierra en su casa ocupándose únicamente de su marido y sus hijos. Ella
siempre pierde. El siempre gana.
Cuántas personas conocemos que caminan por la
calle y si por alguna razón alguien más les dirige una mirada, inmediatamente
lanzan una agresión, o conduciendo un
automóvil son capaces de agredir a cuanto automovilista tengan cerca por el
simple hecho del libre tránsito, llegando hasta los golpes mientras dentro del
auto su familia, sus hijos lloran por no saber lo que pasa.
Muchas
personas hemos considerado
en algún momento, que la vida es
una guerra en la que se tiene que luchar para sobrevivir. Es difícil entender
que para sobrevivir se deba imponerse a los demás, que hay que humillarles,
dominarles, hay que vencerlos. Incluso, no sólo vencerlos, hay que demostrar
quién es el vencedor.
Pero, ganar o perder es muy sencillo. Lo
difícil es no ganar ni perder.
¿Por qué ganar o perder es sencillo? Pues
porque depende directamente de la capacidad que tengamos para presionar o ser
presionado. Si posees una pistola y tu oponente un cuchillo, seguramente
ganarás. Por el contrario, si tu oponente posee un cañón, seguramente estarás
perdido.
Muchas organizaciones políticas, sindicales,
empresas, medios de comunicación, personas, familias enteras, siguen esta
doctrina: o gano yo, o no gana nadie.
Cuántas personas conocemos que son capaces de
manipular personas, bloquear cualquier propuesta, idea, espacios laborales,
lanzar injurias o amenazas, por el simple hecho de ganarse un puesto o una
mejora salarial. Y lo peor viene cuando los resultados de estas acciones no
derivan en ninguna mejora real para el grupo ni para el ambiente en que se vive
o se trabaja, sólo la desintegración de los equipos de trabajo, la misma
amistad que se tenía y la pérdida de una oportunidad, que bien pudo ser una
oportunidad de mejora.
Podrás ganar o perder la batalla, pero eso no
significa que tengas más o tengas menos razón.
¿Por qué lo difícil es no ganar ni perder?
Pues porque fuimos educados en la competición, en la rivalidad, en el
enfrentamiento.
No nos han educado para compartir, para
cooperar, para juntos ayudarnos a resolver los retos diarios, a construir
ideas, a aceptar la idea de alguien más, trabajarla, evaluarla y de ser
necesario, cambiarla. No hemos sido formados para reconocer nuestras
limitaciones y aceptar nuestros errores.
Incluso, un tema tan simple como este, nos es
difícil de aceptar cuando lo único que poseemos en nuestra formación desde
niños, y así lo transmitimos de generación en generación, es la competencia y a
no “dejarnos de nadie”.
Pero es muy importante no perder de vista el
contexto y evitar darle paso a las reacciones, pues de lo contrario se
ocasionan los grandes conflictos. Una joven que le decía a su pareja, “¿vamos
al cine?” y su pareja respondió, “no, mejor vemos el futbol”, después de un
rato de discutir, empezaron a decirse cosas, empezaron los insultos, las
agresiones y terminó todo con un conflicto mayor. Perdieron de vista que el
contexto era “el cine o el fútbol”, y lo cambiaron por los aspectos personales.
Perdieron la oportunidad de acordar que hoy irían al cine y la próxima vez,
verían el fútbol o viceversa.
Nadie estamos exentos de muchos de estos
conflictos por perder de vista el contexto de las situaciones y no poder
transitar al escenario de los acuerdos y los compromisos. Debemos aprender que
no es cuestión de ganar o perder, sino de compartir, cooperar y juntos resolver
cualquier reto que se presenta a diario.
“Hoy por ti, mañana por mí”, no significa que
hoy yo decidí perder, pensando en que mañana te voy a cobrar el favor.
Significa mucho más que eso. Que una acción que hoy realizo de manera
consciente de cooperar, de compartir, derivará en la oportunidad de que el día
de mañana sea a mí a quien se le apoye, se le comparta.
También es cierto que hay ocasiones en que
“ni el enfermo quiere, ni hay que darle”, y eso significa que no deberíamos
vivir en el constante conflicto, en la constante violencia, por más que
cooperemos, compartamos o nos esforcemos por que las cosas funcionen. Podemos
dejar esa relación, podemos decidir por el bien de todos, sosteniendo el
contexto, no los defectos de las personas.
¿Conoces el pasaje bíblico de la
multiplicación de los panes y peces? Tal vez esto te suene a campaña religiosa,
pero no lo es. Cuando compartes algo, cuando cooperas y ayudas con tu trabajo,
tus recursos, tus capacidades, en la medida de tus posibilidades y de manera
consciente, algo maravilloso sucede, siempre te alcanza y trae paz y armonía en
tu vida. Alguien dirá bendiciones. Pero siempre se multiplican.
Parece fácil, ¿no crees?
(Artículo publicado el 8 de Julio de 2013)
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