ThingLink

lunes, 30 de septiembre de 2013

¿Crees en los fantasmas?

En repetidas ocasiones actuamos  de formas inesperadas,   sin   saber   la   razón  del  porqué reaccionamos así.
 
En  otras  ocasiones,  lo  hacemos  por que “así debe ser”, o “así me dijeron que debía de ser”.
 
En  la  mayoría  de  los  casos,  no  era  como yo quería realmente..
 
-“Lo que pasa, es que tú ves moros con tranchetes!-. ¿Alguna vez has escuchado esta frase? Si, creo que si..
 
Esta y otras frases son muy comunes cuando en algún momento de nuestra vida nos detenemos ante situaciones en que debemos tomar una decisión y no sabemos qué hacer, pues “sentimos” que algo no está bien, o que puede ser una “trampa”. Y ahí es donde viene la lucha interna entre nuestra razón y nuestras suposiciones.
 
¿Qué tiene que ver esto con “fantasmas”? Pues muy sencillo, hay un comportamiento que de momento no sabemos con exactitud porqué aparece pero nos limita a realizar lo que nuestra razón nos dicta. Esos suelen ser en muchas de las ocasiones, “nuestros fantasmas”.
 
Un día platicando con una de mis tías, me decía que de niña ella soñaba con la puerta del infierno, que era una puerta grande, llena de fuego e imágenes diabólicas, y un péndulo gigantesco que decía: “nunca más, nunca más”. Y que esa imagen siempre le había dado mucho miedo, recordando a sus papás y maestros que le exigían “portarse bien” de lo contrario se iría al infierno.
 
Historias pequeñas como esta y muchas más, forman parte de nuestra “colección” privada, que en el paso de nuestra vida hemos ido acumulando dependiendo de la forma en que fuimos educados tanto formal como informalmente. También, existen historias que no necesariamente son de nuestra infancia, sino de nuestra adolescencia o madurez, donde, por alguna circunstancia, llegamos a adquirir comportamientos y actitudes derivados de “restricciones” o limitantes que nos “marcan” de por vida.
 
¿Cuántos de nosotros vivimos “atados” a comportamientos internos que no nos permiten expresarnos o actuar como quisiéramos realmente ser y que esos “fantasmas” fueron adquiridos tiempo atrás en alguna de nuestras relaciones?
 
Pues sí, esos son “nuestros fantasmas”.
 
¿Habías escuchado que nuestro comportamiento está condicionado en gran parte a la información existente en nuestro subconsciente? Pues si, mucha de esta información es vital para vivir, como respirar, que nuestro corazón late, que nuestro sistema digestivo haga su trabajo, etc..
 
Pero… hay cierta información en nuestro subconsciente que provoca conflictos con nuestra razón; es decir, nuestra parte consciente, donde viven nuestros deseos y anhelos.
 
Así que cuando surge una oportunidad de realizar algo que queremos y que hemos deseado, muchas veces “nuestros fantasmas” que están guardados en un espacio de nuestro subconsciente, surgen de nuestro interior y nos llegan a limitar.
 
Eso significa que en muchos de los casos, no hemos resuelto esos conflictos y deseos internos que nos es difícil reconocer. Incluso, nosotros mismos los negamos. Eso hace más doloroso el proceso, pues no sólo nos hacemos daño a nosotros, sino también en muchas de las ocasiones, a los demás.
 
Un día, en que decidimos no dar importancia a nuestros conflictos internos,  somos muy cordiales, alegres y compartimos nuestra vida con aquellas personas que nos brindan su confianza; otro día, nuestros fantasmas surgen y nos vuelven agresivos, callados y nada amigables.
 
Sí, es cierto, es duro luchar con nuestros fantasmas que tenemos guardados bajo llave para no verlos. Pero también es cierto que cuando surgen, cuando algo sucede que nos hace liberarlos, provocan desastres, no sólo fuera de nosotros, sino también en nosotros. Ese es el momento de reflexionar.
 
Es entonces cuando tenemos la oportunidad de enfrentarles y resolver esas situaciones.
 
Nuestros miedos, nuestros temores, nuestras limitantes, un día nos fueron “instalados” por alguien que nos “heredó”, sin querer o queriendo, estos y muchos más “fantasmas”.
   
¿Cómo vencerlos? No hay recetas mágicas, pero un buen comienzo es reconociéndolos..

domingo, 22 de septiembre de 2013

¿Sonó la alarma?


Todos tenemos una especie  de reloj interno que  funciona  desde  el día  de nuestra concepción.  Ese reloj interno, es el que  se encarga de llevar el ritmo biológico de nuestra información genética.
 
Debemos aprender a escuchar su ritmo y sobre todo, sus alarmas...
   
¿Te ha pasado que conoces personas que aparentemente viven una vida plena, que tienen lo que muchas personas quisieran, o que resultan ser íconos a imitar en nuestra vida, y, de repente, te enteras que tienen una enfermedad letal o que pasan por una enfermedad incurable, o lo peor, que fallecen repentinamente?
 
Te has fijado que de repente empiezan a salir las canas en tu pelo, o que esos kilitos de más que aparecen, por más que haces dietas o ejercicios no hay forma de que desaparezcan, o que de repente al leer el celular, tu computadora, el televisor o un libro, la vista pareciera que ya no es suficiente.
 
Todos tenemos una especie de reloj interno que funciona desde el día de nuestra concepción y que es el encargado de llevar el ritmo biológico de nuestra información genética.
 
Estoy seguro que has escuchado decir a tus papás que tu hermano o hermana empezaron a caminar desde los 10 meses y tu hasta el año de nacido, o que a tu hermano le salieron los dientes mucho después que a ti, o que cuando naciste ya tenías mucho pelo, etc., etc.
 
Parecieran cosas de las más triviales que pudiéramos pensar, pero en verdad que son de lo más importante que pudiéramos imaginar. Nos es muy difícil percatarnos que somos el resultado genético de las generaciones que nos anteceden, nuestros padres, abuelos, bisabuelos, etc. Y esa cadena genética contiene información muy valiosa que llegado su momento y su tiempo, aparece como por arte de magia.
 
Recuerdo que fue a finales de la primaria y principios de la secundaria en que empezábamos a presumir entre los compañeros todas las manifestaciones físico-biológicas. Que si el bigote, que si el pelo en pecho, etc. En las mujeres era muy notorio el cambio de niñas a jóvenes, pues las formas de sus cuerpos cambiaban vertiginosamente.
 
Más sin embargo, no nos damos cuenta que ese reloj biológico que llevamos dentro está haciendo su trabajo cumpliendo cabalmente con orquestar cada uno de los cambios genéticos, y es, por lo general, hasta la madurez cuando por primeras ocasiones visitamos un consultorio médico y lo primero que nos preguntan es: “algún familiar diabético?, hipertenso, problemas cardiacos, con alguna enfermedad crónica?-, y es ahí donde empieza a tener sentido nuestra preocupación por entender el ritmo de nuestro reloj biológico.
 
Es entonces cuando nos enteramos, o ponemos más atención, que nuestra abuela padeció del corazón, un tío ha tenido ya dos infartos, una tía abuela tiene un marcapasos, y nuestra madre toma medicina para una insuficiencia cardiaca. O que nuestro papá padece de la próstata y que el abuelo falleció por lo mismo. Es como si “despertáramos” a una nueva dimensión de la información “familiar” y que nos avisa de lo que puede suceder llegado el momento y el tiempo destinado.
 
¿Escuchas las alarmas que suenan en tu interior?
 
Todo puede empezar por una ligera acidez estomacal, producto del exceso de salsa picante que consumiste hoy por la mañana, pero en unos años puede terminar por una severa gastritis crónica que te impide tomar cualquier alimento que te irrite el estómago.  Conozco personas que terminan en un hospital por una acidez estomacal severa después de haber consumido alguna comida que contenía ciertos condimentos que parecían inofensivos para su estómago.
 
Lo más duro de todo esto, es que siendo que nuestro reloj interno no es como el de los demás pues cada quien tiene su propia información genética, no sepamos escucharlo y prepararnos para ese momento en que necesitaremos estar lo mejor preparados posible. Incluso, no sólo me refiero al aspecto clínico o de condición física, sino sobre todo mental.
 
¿A qué me refiero? Sencillo.
 
Hace unos días recordaba el mensaje de un profesor que en el festejo del día del maestro, recibió una medalla al mérito docente por 40 años de servicio y en el discurso comentó que desde joven, siempre había pensado que el día que él se jubilara se iría a dar la vuelta a muchas ciudades, incluso países, que siempre había querido conocer, pero que ahora, ya jubilado, con algunos años encima, con problemas en sus rodillas, enfermo de diabetes, y otras cosas, pues ya le era muy difícil poder viajar. Y recuerdo que dijo a todos los que ahí estábamos, -no dejen que sus sueños se conviertan en pesadillas.. para muchos de ustedes que ahora pueden gozar de lo que tienen y han logrado, disfrútenlo y realicen sus sueños-.
 
Fue una lección muy sublime pero profunda, más sin embargo, estoy convencido que muchos “jóvenes” de los que ese día tuvimos la oportunidad de escuchar al profesor, no entendimos lo que en el fondo intentaba decirnos: que nuestro reloj biológico sigue su marcha y quizá mañana no tengamos las condiciones para disfrutar lo que por algún tiempo hemos pospuesto para otro momento.
 
Deberíamos aprender a entender y escuchar un poco más nuestro interior, nuestro propio ritmo y condiciones biológicas y genéticas, nuestro tic tac de funcionamiento y combinarlo con nuestro proyecto de vida para lograr disfrutar de cada fase en las mejores condiciones posibles.
 
  
No dejes para mañana lo que tu alarma dice que debes hacer hoy…

lunes, 16 de septiembre de 2013

Lider de Excelencia.

Muchas son las controversias sobre si un líder nace, o se hace.
  
Pero, ¿ser un líder y de Excelencia?
 
El Filósofo Aristóteles decía que la Excelencia es un  hábito,  pues  somos  lo  que  hacemos  día a día.
 
 
Hace unos días escuchaba con atención a dos compañeros que comentaban las dificultades que tenían en sus respectivos centros de trabajo para hacerse acreedores a un estímulo económico que se otorga a los trabajadores que logran destacar por su labor docente o administrativa. El estímulo al que hacían referencia es llamado “Estímulo al Líder de Excelencia”.
 
Durante la plática, surgieron comentarios varios, todos ellos referidos a los problemas que enfrentaban los compañeros al participar en una evaluación de sus desempeños y los “métodos” que con el tiempo se han utilizado para dicha evaluación. Por supuesto que no estaban de acuerdo con el resultado y mucho menos con los procedimientos efectuados para determinar al llamado trabajador “Líder de Excelencia”.
 
¿Qué significa ser un Líder?, ¿Qué es la Excelencia? y ¿cuál es el fundamento primordial para determinar quién o quienes poseen esas características?
 
Tal vez, por motivos de un estímulo económico, es que se pierde el sentido humano de reconocer a quien o a quienes realizan sus actividades cotidianas de manera precisa y siempre van más allá de lo esperado.
 
En estas fechas patrias en que festejamos sucesos importantes en la vida nacional, como lo fue nuestra Independencia, podríamos hablar más que de héroes que dieron si vida por una causa justa, tendríamos que hablar de Líderes que impulsaron un movimiento de liberación y de justicia para todo un pueblo.
 
Entonces, un Líder ¿es un Héroe?, ¿es alguien que hasta que muere le reconocemos su labor?
 
La propia definición de “Líder” enumera varias características, todas ellas dependientes de un autor o del paradigma que usemos o la religión, etc. Pero existen algunas características generales establecidas de manera propia y de varios autores que les comparto.
 
Su capacidad de comunicarse. Significa saber expresar claramente sus ideas y lograr que las personas las entiendan. Significa saber escuchar y considerar lo que el grupo de personas le expresa.
 
Habilidad para manejar los sentimientos y emociones propios y de los demás. Los sentimientos mueven a la gente, sin esta habilidad no se puede ser líder. Si no conoces a tu gente y sus problemas, ¿cómo te puedes decir líder?
 
Capacidad de establecer metas y objetivos claros y realizables. Para dirigir un grupo, hay que saber a dónde llevarlo. Sin un objetivo y una meta clara, ningún esfuerzo será suficiente.
 
Capacidad de planear. Es la capacidad de realizar un plan, definir las acciones, el momento en que se deben realizar, las personas encargadas, los recursos necesarios, etc.
 
Conocer sus fortalezas y debilidades.
 
Capacidad de impulsar y hacer crecer a su gente. Para crecer, no se aferra a su puesto y actividades actuales. Siempre ve hacia el objetivo. Para crecer, enseña a su gente, delega funciones y crea oportunidades para todos.
 
Preocuparse por su gente. Interesarse por la gente y demostrar verdadero interés en ella provoca adquirir carisma. En el carisma está la excelencia.
 
Ser Innovador. Siempre buscar nuevas y mejores maneras de hacer las cosas.
 
Ser responsable. Es una actitud de cumplir y hacer cumplir a las personas, con su propósito, incluso de replantear los recursos cuando algo no está sucediendo. Es saber que el liderazgo le da poder, y utilizar ese poder en beneficio de todos.
 
Prepararse y estar informado. Entender y saber manejar la información, procesarla, interpretarla y utilizarla en la forma más precisa y creativa.
 
 
Con estas características y más que bien podrían agregarse, te has preguntado ¿quiénes fueron nuestros Héroes que nos dieron Patria? ¿Cuántas de estas características y más, poseían? ¿Sabías tu que los principales actores de nuestra independencia fueron mujeres y hombres que formaron parte de una sociedad intelectualmente preparada, que poseían un carisma muy grande con la gente pobre de nuestros pueblos y que supieron establecer objetivos y metas claras y que lucharon por la libertad y justicia de quienes menos tenían?
   
Tal vez (como suele suceder) haya quien diga que el verdadero propósito del cura Miguel Hidalgo o de José María Morelos era aprovecharse del movimiento social para hacerse presidente municipal, o diputado o senador o hasta presidente de la República, pero hasta el día de hoy, su imagen, trayectoria y sacrificio por la justicia y libertad del pueblo mexicano continúan intactas.
Líderes existen muchos y de todos tipos y colores, pero ser un Líder de Excelencia en nuestro ámbito laboral, político, social o religioso, debería ser una distinción muy alta, digna de admiración y motivo de superación.
 
 Quizá no necesariamente tengamos que indagar en los libros de historia o desarrollo humano para saber un poco más de las cualidades de un Líder de Excelencia, tal vez sólo necesitemos cambiar los lentes de nuestros ojos y aprender de nuestros padres y nuestros abuelos.

domingo, 8 de septiembre de 2013

¡La crisis de los cuarenta!

Una historia de todos los días y de muchas personas cuando llegamos a sentir esa crisis de preguntarnos, ¿Qué voy a hacer el resto de mi vida?

Saber evaluar el resultado de nuestro esfuerzo es un buen comienzo.
 
Desde nuestra infancia hemos sido parte de una evaluación permanente. Iniciando con nuestros padres, quienes al “evaluar” nuestro comportamiento en casa o bajo algunas circunstancias, nos premiaban o castigaban, si nos portábamos bien o nos portábamos mal.

Y no se diga en nuestro tiempo de estudiantes, donde fuimos parte de un proceso evaluativo constante con exámenes por parte de nuestros profesores desde la primaria hasta profesional, adjudicándonos unas “calificaciones” y promoviéndonos al siguiente nivel educativo.

No se diga en los aspectos laborales, pues una vez que entramos a trabajar en algún lugar, nuestros jefes nos han evaluado permanentemente para otorgar estímulos económicos y/o promociones.

Pero, ¿te has preguntado, cómo hacemos para evaluar nuestra propia vida? ¿Cómo reconocemos nuestros esfuerzos? ¿Qué tipo de estímulos nos otorgamos a nosotros mismos?

Parece algo simple o muy curioso, pues podría pensarse que todo esto se resuelve con revisar nuestro plan de vida y la manera de evaluarse, pero aunque nuestro plan de vida pueda significar la base, normalmente no estamos preparados para reconocer nuestros esfuerzos por nosotros mismos hasta que llega un momento de crisis: ¿y ahora, que hago?

Más aun, no todas las personas contamos con un plan de vida.

Hace unos días platicando con un amigo mío que está por cumplir cuarenta y cinco años de edad, me decía: -si me quedan 20 o 30 años de vida, quisiera saber dónde me he equivocado y vivir los años que me queden de manera más feliz-. Y sí que mi amigo estaba en una encrucijada, pues pareciera que la crisis de los cuarenta o cincuenta estaban haciendo su trabajo.

Más sin embargo, no sólo las “crisis de los cuarenta o cincuenta” suceden. Conozco jóvenes que a sus veinte años sufren de crisis al pensar que apenas ayer eran unos niños y que ahora tendrían que abandonar su hogar para iniciar su proyecto personal de vida. Incluso, están preocupados por no saber por dónde empezar pensando en que el tiempo se les va de las manos y quisieran ser ya todos unos directivos de alto nivel.

Saber leer el resultado de nuestros esfuerzos nos ayuda a ubicar lo que hemos logrado y lo que aún está pendiente por realizarse. En términos específicos, tener muy claro cuáles son los indicadores que debemos considerar para saber que hemos alcanzado nuestras metas propuestas, es parte de las soluciones que necesitamos.

Cuántas personas conocemos que al llegar a cierta edad, cuando los hijos ya se han ido de casa a iniciar su proyecto de vida, y llega el momento en que se quedan solas, entran en una crisis pues toda su vida la dedicaron a cuidar, trabajar y ser para sus hijos, y ahora se preguntan ¿y ahora, que voy a hacer?, inclusive, hay quienes se preguntan ¿Qué he hecho de mi vida?

Las crisis no son más que tiempos de cambio, momentos en los que debemos estar preparados para saber “girar” en la dirección adecuada.

¿Has observado alguna vez a esos jóvenes que se deslizan por las olas del mar en sus tablas de surfing? Pues es muy interesante, dado que el motivo primordial de esa actividad no es ser el primero en llegar a la orilla de la playa, sino gozar de la sensación de deslizarse en cada ola que pasa. Cada ola es diferente, cada ola representa un reto y cuando la ola gira, ellos giran para mantenerse deslizándose en cada ola.

Deberíamos saber evaluar nuestros propios resultados y darnos nuestros propios reconocimientos por el esfuerzo realizado. No dejemos en manos de otras personas la evaluación de lo que nos pertenece, nuestra propia vida, pues siempre habrá una calificación ajena que no nos convenza.
 

Recordemos, si la vida gira, nosotros también debemos girar…

 

 

domingo, 1 de septiembre de 2013

¿Vas a tener visitas?

Preparar nuestra vida para todo lo que pueda llegar o lo que deseamos que suceda es un proceso que puede parecer simple: Hacer espacio para que puedan entrar.
 
Es como prepararnos para "ese invitado" que tanto deseamos que llegue...
   
¿Cuántas veces hemos escuchado de nuestra Mamá o Abuelas que cuando tienen invitados inesperados a comer, “le ponen más agua a los frijoles”?. O cuando llegan algunos parientes a visitarnos,  tenemos que preparar alguna habitación, quizá la del hijo, o la del hermano, para que puedan dormir esa noche en casa. ¿Cuántas veces hemos salido corriendo a la tienda por un refresco o por alguna comida que ofrecer a nuestros invitados?
 
Incluso, ¿cuántas veces nos ha ocurrido que preparamos un festejo, el cumpleaños de un hijo/a, de nuestra mamá o papá y con algún tiempo de anticipación vamos realizando los preparativos como la renta de un salón de fiestas, mandamos a hacer la comida o contratamos los servicios para atender a todos nuestros invitados de ese día?
  
¿Te has detenido a pensar por un segundo que cuando hemos decidido hacer algo diferente en nuestra vida, iniciar nuestros estudios, hacer ejercicio, cambiar a esa dieta que siempre hemos pensado, o hacer ese cambio de rutina de nuestra vida, necesitamos hacer un espacio en nuestra vida para que lo que deseamos que llegue, pueda entrar?
  
Todo esto que llegamos a hacer es por algo muy simple: necesitamos darle el espacio que requiere nuestra intención a quien llega a nosotros.
 
Realizar todos los preparativos, o “acomodar” las cosas, no es más que hacer un espacio en nuestra vida para que lo que llega, pueda entrar.
 
Para poder realizar ese cambio, debemos abrir un espacio dentro de nosotros.
Debemos hacer espacio para el futuro que deseamos, en lugar de “refugios” para  nuestro pasado. Dos cosas, dos ideas, dos vidas no pueden ocupar el mismo espacio.
 
Sin hacer espacio, no hay cambio posible. Sucede con cosas materiales, inanimadas, como la sala de la casa, el viejo sillón... y vivientes como las personas…

Cada vez que deseamos una renovación, un cambio, o solucionar un nuevo desafío, debemos -primero- que hagamos un lugar que invite a ser llenado.
 
¿Cuántos de nosotros anhelamos un cambio, pero seguimos viviendo en esos refugios de nuestro pasado?
 
Sí, es cierto, en muchas de las ocasiones realizar ese cambio que tanto deseamos significa que debemos remover algunas cosas que en un pasado quizá nos dieron ciertas satisfacciones, ciertos momentos de placer o alegría.
  
Y ahora que enfrentamos un nuevo día, un nuevo desafío, requerimos hacer espacio para que llegue eso que tanto anhelamos.
 
Sí, también es cierto, que seguir padeciendo eso que ya no nos motiva, ya no nos llena el alma, o que ya no funciona por alguna razón, debemos dejarlo.
 
¿Cuántas personas conoces que están pensando en vender su auto, para poder comprar uno más nuevo, o están pensando en vender la sala de casa, para poder comprar una nueva?
 
Podemos estar de acuerdo que con las cosas materiales es algo muy sencillo realizar esos cambios, pero aun así, en el momento en que vendemos alguna pertenencia, sabemos que con ella se va parte de nuestro pasado, de nuestro esfuerzo, de un propósito logrado. Más sin embargo, al llenar ese espacio con la llegada de la nueva adquisición, nos alegramos de ver cumplido un propósito que anhelamos.
 
Con las personas es más difícil, pues remplazar a una persona no es algo fácil, pues no es sólo la parte física la que debemos remplazar, sino es renovar nuestras ilusiones, nuestros anhelos.
 
El hijo o hija que un día tiene que irse de casa por iniciar una vida propia, el dejar atrás un matrimonio que ya no funciona, o perder a un familiar que fallece, o dejar atrás un amor que no nos es correspondido no es algo fácil de remplazar.
 
Debemos hacer espacio en nuestra vida, en nuestro interior.
 
Debemos reacomodar nuestro interior, para dar espacio y pueda llegar a nosotros lo que tanto anhelamos. Con la convicción y la seguridad que habiendo espacio, el amor lo llenará nuevamente.
 
Hace unos días vi publicada en Facebook una foto de un buen amigo, en la que presentaba a su nieto en el día de los abuelos. No puedo describir la felicidad de su mirada, pero al ver sus ojos, supe que la ausencia “normal” en su corazón, por la hija que un día se fue de casa a iniciar su vida en una nueva familia, ha sido llenada con la felicidad de un nuevo ser, su nieto.
 
Todo es renovación. Todo es constante cambio.
   
Sólo quienes se aferran a sus “refugios” del pasado, a no dar espacio en su corazón, son quienes se pierden la posibilidad de renovarse y vivir plenamente, son quienes quizá, mueren en vida día a día.