Todos tenemos una especie de reloj interno que funciona desde el día de nuestra concepción. Ese reloj interno, es el que se encarga de llevar el ritmo biológico de nuestra información genética.
Debemos aprender a escuchar su ritmo y sobre todo, sus alarmas...
¿Te ha pasado que conoces personas que aparentemente
viven una vida plena, que tienen lo que muchas personas quisieran, o que
resultan ser íconos a imitar en nuestra vida, y, de repente, te enteras que
tienen una enfermedad letal o que pasan por una enfermedad incurable, o lo
peor, que fallecen repentinamente?
Te has fijado que de repente empiezan a salir
las canas en tu pelo, o que esos kilitos de más que aparecen, por más que haces
dietas o ejercicios no hay forma de que desaparezcan, o que de repente al leer
el celular, tu computadora, el televisor o un libro, la vista pareciera que ya no
es suficiente.
Todos tenemos una especie de reloj interno
que funciona desde el día de nuestra concepción y que es el encargado de llevar
el ritmo biológico de nuestra información genética.
Estoy seguro que has escuchado decir a tus
papás que tu hermano o hermana empezaron a caminar desde los 10 meses y tu
hasta el año de nacido, o que a tu hermano le salieron los dientes mucho
después que a ti, o que cuando naciste ya tenías mucho pelo, etc., etc.
Parecieran cosas de las más triviales que pudiéramos
pensar, pero en verdad que son de lo más importante que pudiéramos imaginar. Nos
es muy difícil percatarnos que somos el resultado genético de las generaciones
que nos anteceden, nuestros padres, abuelos, bisabuelos, etc. Y esa cadena
genética contiene información muy valiosa que llegado su momento y su tiempo,
aparece como por arte de magia.
Recuerdo que fue a finales de la primaria y
principios de la secundaria en que empezábamos a presumir entre los compañeros todas
las manifestaciones físico-biológicas. Que si el bigote, que si el pelo en
pecho, etc. En las mujeres era muy notorio el cambio de niñas a jóvenes, pues
las formas de sus cuerpos cambiaban vertiginosamente.
Más sin embargo, no nos damos cuenta que ese
reloj biológico que llevamos dentro está haciendo su trabajo cumpliendo
cabalmente con orquestar cada uno de los cambios genéticos, y es, por lo
general, hasta la madurez cuando por primeras ocasiones visitamos un
consultorio médico y lo primero que nos preguntan es: “algún familiar
diabético?, hipertenso, problemas cardiacos, con alguna enfermedad crónica?-, y
es ahí donde empieza a tener sentido nuestra preocupación por entender el ritmo
de nuestro reloj biológico.
Es entonces cuando nos enteramos, o ponemos
más atención, que nuestra abuela padeció del corazón, un tío ha tenido ya dos
infartos, una tía abuela tiene un marcapasos, y nuestra madre toma medicina
para una insuficiencia cardiaca. O que nuestro papá padece de la próstata y que
el abuelo falleció por lo mismo. Es como si “despertáramos” a una nueva
dimensión de la información “familiar” y que nos avisa de lo que puede suceder
llegado el momento y el tiempo destinado.
¿Escuchas las alarmas que suenan en tu
interior?
Todo puede empezar por una ligera acidez
estomacal, producto del exceso de salsa picante que consumiste hoy por la
mañana, pero en unos años puede terminar por una severa gastritis crónica que
te impide tomar cualquier alimento que te irrite el estómago. Conozco personas que terminan en un hospital por
una acidez estomacal severa después de haber consumido alguna comida que
contenía ciertos condimentos que parecían inofensivos para su estómago.
Lo más duro de todo esto, es que siendo que
nuestro reloj interno no es como el de los demás pues cada quien tiene su
propia información genética, no sepamos escucharlo y prepararnos para ese
momento en que necesitaremos estar lo mejor preparados posible. Incluso, no
sólo me refiero al aspecto clínico o de condición física, sino sobre todo mental.
¿A qué me refiero? Sencillo.
Hace unos días recordaba el mensaje de un profesor
que en el festejo del día del maestro, recibió una medalla al mérito docente
por 40 años de servicio y en el discurso comentó que desde joven, siempre había
pensado que el día que él se jubilara se iría a dar la vuelta a muchas
ciudades, incluso países, que siempre había querido conocer, pero que ahora, ya
jubilado, con algunos años encima, con problemas en sus rodillas, enfermo de
diabetes, y otras cosas, pues ya le era muy difícil poder viajar. Y recuerdo que
dijo a todos los que ahí estábamos, -no dejen que sus sueños se conviertan en
pesadillas.. para muchos de ustedes que ahora pueden gozar de lo que tienen y
han logrado, disfrútenlo y realicen sus sueños-.
Fue una lección muy sublime pero profunda,
más sin embargo, estoy convencido que muchos “jóvenes” de los que ese día
tuvimos la oportunidad de escuchar al profesor, no entendimos lo que en el
fondo intentaba decirnos: que nuestro reloj biológico sigue su marcha y quizá mañana
no tengamos las condiciones para disfrutar lo que por algún tiempo hemos
pospuesto para otro momento.
Deberíamos aprender a entender y escuchar un
poco más nuestro interior, nuestro propio ritmo y condiciones biológicas y
genéticas, nuestro tic tac de funcionamiento y combinarlo con nuestro proyecto
de vida para lograr disfrutar de cada fase en las mejores condiciones posibles.
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