¿Alguna
vez has culpado
a alguien más por tus errores o acciones
impropias?
Culpar a alguien más por nuestros actos se ha convertido en más que una costumbre, es casi un estilo de vida.
Tratar de resolver esta actitud requiere de más que un simple Código de Ética.
Hoy por la mañana, me levanté con el deseo de
salir a dar un paseo en mi motocicleta acompañado de mi hija, y así fue. Me
puse mis ropas de mezclilla, las botas, mi casco y mis lentes y abordé mi motocicleta
para pasar por mi hija a su casa. Llegué
temprano para invitarla a desayunar en alguno de los locales que preparan
deliciosos antojitos muy mexicanos. Decidimos
detenernos en un local que vendía tacos de bistec.
Ya instalados en una mesa y saboreando
nuestros alimentos, observábamos a una señora de edad avanzada con un niño pequeño,
de unos nueve años, que a simple vista denotaba ser su nieto.
Así transcurrieron algunos minutos y
terminando nuestro desayuno, nos dirigimos a pagar la cuenta. Ahí estaba la
señora con su nieto, disponiéndose a pagar su cuenta y sucedió algo que llamó
poderosamente mi atención.
Al peguntar la señora por el total de su
cuenta, la dueña del establecimiento sacó la nota del consumo de la señora y su
nieto y después de hacer el total, le informó que eran 100 pesos.
Inmediatamente la señora de edad respondió que era mucho, y preguntaba sobre el
costo de los tacos, a lo que la dueña le respondió que eran a 20 pesos cada
taco y al ser cinco tacos lo que habían consumido, tres la abuela y dos el
nieto, el total daba 100 pesos.
De forma por demás alterada, la abuela comenzó
a discutir con la dueña que sólo habían consumido tres tacos, dos ella y uno su
nieto, a lo que la dueña respondía con la calma más respetuosa posible, y le
explicaba que no, que habían consumido cinco tacos. El escenario comenzó a
subir de tono y la abuela discutía cada vez con más volumen de voz, mientras mi
hija y yo observábamos con una especie de pena ajena. Sin tomar parte de
ninguna de las personas, sabíamos que desde que pides tu orden de comida, ésta
se anota en una nota de consumo.
Finalmente, la dueña decidió cobrarle
solamente 60 pesos, tres tacos, y la abuela tomó a su nieto de la mano y se
fueron del lugar. Acto seguido, pasamos a pagar nuestra cuenta y mientras la
dueña nos atendía, decía en voz baja que cómo era posible que esta señora
pusiera ese ejemplo a su nieto, enseñándole a mentir.
“Yo no fui, fue Teté..”
Nos retiramos del lugar mi hija y yo muy
pensativos y no fue sino hasta unos minutos después que comentamos lo sucedido,
coincidiendo en el daño que personas como la abuela le provocan a quienes, como
su nieto, viven un ambiente de deshonestidad.
Ya hemos hablado en alguna ocasión sobre lo
que representa decir mentiras, mas sin embargo, en su profundidad tiene que ver
con el concepto de honestidad.
En el hogar, en el trabajo, en los círculos
sociales o más aún, en estos nuevos medios masivos de comunicación, nos damos
cuenta de personas que sin más criterio que su deseo de satisfacer un deseo
malintencionado, utilizan no sólo la mentira o la deshonestidad personalmente,
sino que incluso, involucran a otras personas para lograr sus propósitos.
“- Empujo a Pedro, para que caiga sobre Juan y este tumbe a Santiago. Mi
objetivo es hacer caer a Santiago, pero no quiero empujarlo directamente porque
se darían cuenta, sino que parezca una casualidad. Finalmente Santiago cae al
suelo y le echa la culpa a Juan y este a Pedro. Yo, mientras tanto, me fui.
Resultado: cayó Santiago y los que “tienen” la culpa son Juan y Pedro –“.
¿Te suena? Yo conozco a varias personas que
gustan de usar esta técnica para llegar hasta donde se proponen. La actuación “por
otra persona”, se está volviendo algo muy común y en el escenario no quedan los
culpables, ellos desaparecen una vez iniciada la reacción en cadena y no sólo
presumen de inocentes, sino que culpan la negligencia y mala fe de las otras
personas.
“Hasta terminan siendo ellos los buenos”...
Se dice que “tarde que temprano la verdad
llega a brotar”, o entendemos por “dogma de fe” que la verdad siempre se impone
a la mentira. Más sin embargo, el daño que se causa, tanto a quienes se les
afecta, como a quienes se ven involucrados en el proceso, en ocasiones es muy
doloroso.
No permitamos que nuestros
hijos, nuestros alumnos, nuestra juventud se acostumbren a ser deshonestos.
En
nosotros está la responsabilidad, la respuesta y la solución.
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